Capitulo 3: Un Reencuentro Bastante Agradable.


Habían pasado trece meses desde aquella despedida. William Blackwell había sido informado hasta el más mínimo detalle de todo lo que su abuelo controlaba y ahora estaba en manos de Will, que no era nada más y nada menos que un campo de golf, a decir verdad el campo de golf con más hoyos y kilómetros cuadrados de Las Vegas, cuatro hoteles de gran lujo, cuatro casinos y siete restaurantes. Dos de ellos estaban destinados para dar de comer a toda la población indigente de la ciudad, una manera de ganarse a ese colectivo y de limpiar su conciencia delante del público, aunque todo fuese teatro ante la prensa.

Su vida había cambiado muchísimo desde entonces. William Blackwell ya estaba formado e informado de todo lo que rodeaba a aquel clan que formó su bisabuelo, después lo continuó su abuelo y ahora quedaba en sus manos. Todo le iba bien, tenía lo que quería. Respeto, dinero, chicas, ocio, etc. Ya estaba instalado en su mansión de Canyon Green DR. Michael Miller, su ahora hombre de confianza, le preparó una fiesta sorpresa por su oficial instalación en la casa, para los desconocidos claro está, y herencia de todos los negocios mientras Will iba a recoger a su madre a su antigua casa para un simple almuerzo en familia. Al llegar todos estaban allí. Michael Miller y su esposa, algunos hombres al servicio de Willy de más confianza con sus esposas y novias y amigos íntimos de William.
Tony Campbell se acercó al muchacho y le dijo:
-         Señor Blackwell quiero presentarle a mi prometida Tina Palace. Cariño este es… mi jefe.
-         Encantada.
-         ¡Oh! Enhorabuena. Mucho gusto señorita Palace, un autentico placer. Disculpadme, tengo que saludar a un viejo amigo.

No faltaba su mejor amigo Jack Parker al que desde lejos le decía mientras se llevaba un cigarrillo a la boca:
-         ¡Eh, ven aquí cabrón, pensabas huir de mí! ¿¡no!?
-         ¿Crees que hay algún sitio lo bastante grande como el culo de madre donde pueda esconder mis noventa y siete kilos de peso?
“Gordo” como lo llama su mejor amigo en la confianza desde que tenían conciencia, abría los brazos esperando a que William llegase y lo abrazase como si nunca lo hubiera hecho. Un abrazo cargado de alegría, voces sonrisas, carcajadas y saltos.
-         ¡Joder, gordo estás enorme! ¿No has pensado en cuidarte un poco?
-         ¿Quieres saber que tengo gordo? Mañana me pongo.
-         No podrías encontrártela ni con unas pinzas y siempre dices lo mismo… ¡No me jodas!
Jack Parker entonces cambió la cara a un grado más serio y le dijo mirando hacia abajo:
-         Desde que ese cabrón de McCoy me ridiculizara en el trabajo, me acusara de robo y me llevara a juicio he cogido kilos tío.
-         ¿¡Qué!? No sabía nada de eso hermano. No te preocupes por nada. Ni por el dinero. Yo te ayudaré a solucionarlo ¿De acuerdo?
-         Gracias tío.
En ese momento mientras Jack le sonreía a su amigo notando un gran alivio, Miller le echó el brazo por encima de hombro a Will y dijo mirando a los dos:
-         Siento interrumpir este emotivo encuentro pero venga conmigo señor Blackwell. Quiero que sepa que también invité a una persona que quiero que vea.

Subieron los dos a la habitación del muchacho con la copa en la mano y a escasos metros de la entrada a la terraza Miller le dijo en voz baja:
-         Espero que no me lo tenga en cuenta Señor pero creí necesario que viniera. Tacto y suerte.
Michael le guiñó un ojo a la vez que sonreía. Will tembloroso por lo que le esperaba le afirmó con la cabeza. Se ajustó su traje. Se tocó la corbata. Se perfiló la perilla y se peinó con las manos suavemente la sien de la cabeza. Nada más dar el primer paso, sentía aquella sensación de nuevo, todo iba lento, muy lento. Ya veía el contorno de su figura y como su pelo bailaba al mismo compás que las cortinas blancas casi transparentes de su cuarto por el viento. Salió a la terraza y ella lo miró. Era Amanda Jones. La muchacha de la que siempre había estado enamorado desde que era un crio.
Allí estaban los dos. Inmóviles mirándose el uno al otro. Entonces él se acercó sacando un nuevo cigarrillo y llevándoselo a la boca para encenderlo. Al llegar a su lado se echó sobre la baranda de granito y mármol tal y como ella estaba, mirando hacia el frente, con la vista perdida en el infinito horizonte y casi con miedo de mirarse a los ojos por si se delataban mutuamente. Tras aguantar cinco segundos en silencio ella rompió el hielo:
-         Tu madre me habló de la fiesta y bueno, tenía ganas de veros a los dos.
-         Si. Ya. Menudo secretito ¿Eh?
De nuevo se hizo el silencio pero al menos esta vez, estaban más tranquilos. Will suspiró y añadió de nuevo:
-         Han sido dos largos años sabiendo poco de cada uno.
-         Yo diría dos interminables años. Pero ya estoy aquí de nuevo. En la ciudad de Las Vegas.
Entonces William Blackwell la miró con los ojos brillosos cargados de esperanzas. Ella le sonreía. Se acerco a su mejilla, le besó y después le susurró al oído:
-         Me alegro que ahora te vaya todo muy bien. Te veo abajo en la fiesta.
Él la agarró de la muñeca parándola y le dijo cara a cara:
-         Amanda, yo también me alegro mucho que estés de vuelta… por fin…
Sin más palabras le dio un beso en la comisura de los labios que para él, en su recuerdo, duraría una eternidad. Volvieron a sonreírse mutuamente y ella se fue al lugar de la fiesta sorpresa.

Eran las nueve de la noche y la fiesta hacía hora y media que se había acabado. Will llevaba un rato pensando en lo que esa mañana le había dicho su mejor amigo. Se retorcía por dentro de imaginar lo que le había hecho pasar aquel desgraciado de McCoy. Entonces subió a su cuarto y cogió aquellos lápices que guardó intactos para guardárselos en el bolsillo. Bajó las escaleras de dos en dos y les dijo a Jimmy y Tony que estaban sentados en el sofá del salón:
-         Jimmy. Tony. Tenemos algo que hacer. Vamos.

Ambos se incorporaron de un salto. Jimmy enseguida fue al coche para arrancarlo. Tony cogió su chaqueta y sus pistolas y fue también para el coche. Se dirigieron a los almacenes McCoy antes de que cerrasen.

Una vez allí, esperaron a que el señor McCoy apagase las luces y saliese para sorprenderle. Esa zona era poco transitada y algo oscura. La zona perfecta para dejarle las cosas claras a aquel odiado hombre. Coincidió que McCoy salía cuando ellos llegaron a la puerta y William Blackwell le dijo entre dientes a la vez que la pistola de Tony le apuntaba:
-         Entra, cierra y cállate la boca hasta que yo te diga que puedes hablar.
Aquel hombre comenzó a mearse en los pantalones. Temblaba de miedo y solo balbuceaba. Will le repitió resumiendo con voz aguardientosa casi susurrando:
-         ¡Que entres coño!

No hay comentarios:

Publicar un comentario