Capitulo 6: Dos Mujeres En Mi Casa.

  Will se quitó la chaqueta y se la echó por encima.

- Pasa por favor, pasa.
  Amanda Jones no paraba de tiritar. No quedaba ni un milímetro seco de su ropa. Era una chica bastante alta, más o menos, de la misma altura que William. De pelo negro azabache largo hasta la altura de los hombros. Sus ojos eran de color verde primavera, verde lima, verde hoja. Sus labios carnosos y perfectos guardaban una sonrisa perenne incluso en el mayor de sus disgustos. Esa sonrisa podía cambiarle el humor al más triste del planeta. Tenía un cuerpo perfecto. Su piel era suave como la seda y no le sobraba ni le faltaba carne en ningún lado.
  Una vez ya dentro, Will le preparó un baño, toallas, ropa limpia y algo de comer.
  Amanda salió del baño en albornoz secándose el pelo mientras le sonreía a Will y le decía:
- No hay nada más cómodo que después de una buena ducha ¿Eh?
  Will se puso algo nervioso de verla así. Era algo normal pero no muy común para él.
- Si, estoy totalmente de acuerdo.
  Amanda cogió los boxer y la camisa del pijama que Will le preparó. Pensaba que solo con la camisa le bastaría pues era talla grande. Entró de nuevo al baño para cambiarse. Al salir se sentó en la cama junto a William y empezaron a comer la cena variada que había preparado Will para los dos. Después del atracón y tumbados en la cama mirando al techo el chico sacó un cigarro, lo encendió y le preguntó:
- ¿Qué ha pasado?
- Oh… pues… no tengo ganas de hablar de eso ahora la verdad. ¿¡Te apetece jugar a la consola!?
- Amanda… sabes de sobra que mi casa es tu casa y que puedes quedarte aquí siempre que quieras y el tiempo que quieras pero me gustaría saber por qué.
- Es ese cretino de Alex.
- ¿El nuevo novio de tu madre?
- Si. Desde que llegué no ha parado de joderme. Hasta que hoy me ha echado de mi propia casa. He intentado hablar con mi madre para que me apoyara y me defendiera, no tiene motivo ninguno para tratarme así. Está demasiado ciega con ese tipo. He decidido irme. Ya no lo soportaba más y lo mejor es que ella no ha hecho nada para detenerme. Mañana mismo pensaba ir a por mis cosas. No quiero ser un estorbo Willy. En cuanto encuentre un trabajo buscaré algo.
- ¿Qué dices? ¿Estás loca? Tu trabajo ahora es esa academia de artes. Casa ya tienes.
  Amanda lo miró y le acarició la cara diciéndole:
- Eres un encanto. No has cambiado mucho en este tiempo ¿Eh?
- Tu si has cambiado ¿Sabes?
- ¿Sí?
- Sí. Estás más bonita que cuando te fuiste.
  Amanda comenzó a reír pero al mismo tiempo se sentía ruborizada.
- ¡Tampoco has dejado de ser un cursi!
- Con que un cursi, ¿No? Ahora verás.
  Will se sintió bastante estúpido por lo que le había dicho y su posterior risa. Entonces como venganza empezó a hacerle cosquillas donde sabía que más le molestarían. Amanda no podía parar de reír a carcajada limpia. Ambos tenían la sensación de que no querían parar. Estaban a gusto así tonteando. Definitivamente William paró a pesar de que no quería.
  Allí estaba él, agarrándole con una mano las dos muñecas y con la otra aguantando su propio cuerpo casi encima de ella. Con la mano que sujetaba las delicadas y enrojecidas manos de Amanda comenzó a acariciarle las mejillas y el pelo. Los dos tortolitos se miraban con una sonrisa cogida con grapas hasta las orejas. En aquel momento Will no lo pensó, se dejó caer hasta sus labios lentamente a la vez que la miraba a los ojos. Una vez creado el contacto se hizo de noche en sus parpados para sentir más intensamente el carnoso, caliente y agradable tacto de su boca. Los besos no cesaban. Sus temperaturas subían después de un tiempo en el que sus lenguas resbalaban entre sí y entre los labios de cada uno de ellos.
  Ella lo apartó a un lado empujándolo levemente del pecho y aguantando un contacto ilimitado con la boca para ponerse encima. Entonces los besos bajaron desde la barbilla al cuello y desde el cuello al pecho a la vez que iba desabrochando los botones de su camisa uno a uno. Will la miraba. Agarraba las sábanas con una mano y con la otra le despejaba el pelo que caía por su ombligo. Desabrochó su correa y le quitó el pantalón suavemente. Él se incorporó quedando sentado en la cama y ella encima de él e hizo lo mismo con su camisa. Se detuvo en su pecho a besarla y pasear su lengua. Amanda le agarraba por la nuca a Will a la vez que su cabeza caía hacia atrás en un sollozo involuntario. Ambas pulsaciones superaban las noventa por minuto.
  Ella tumbó al chico de nuevo hacia atrás y entre manos, boca y pequeños mordiscos a los boxer intentaba quitárselos. Cuando lo consiguió no dudó un instante en masturbar a William con su mano hábil, boca, lengua e incluso algunas veces con el pecho. Al cabo de un rato, el muchacho cambió el papel y fue ella quien se quedó abajo. Se encontraba entre sus piernas convencido de que sus dedos y ahora la lengua de William le daban placer. Las sábanas en ese momento estaban deshechas gracias a las manos de Amanda. Necesitaba agarrarse a algo y apretarlo con fuerza para neutralizar aquella sensación que le corría desde la vagina hasta la barriga. Le encantaba. Disfrutaba como nunca pero quería tener a Will cara a cara, así que, lo agarró de las manos y tiró para ella. Will y Amanda no gesticulaban palabras hasta ahora. El muchacho buscaba el punto perfecto y el agujero correcto con su pene que agarraba con su mano derecha. Al encontrarlo, lo metió cuidadosa y lentamente para no hacerle daño.
  No necesitaban decirse si les apetecía o no. Sabían que se gustaban desde hace mucho tiempo y aquel momento querían que llegase. El se colaba poco a poco dentro y ella inhalaba fuertemente el aire. Aún así, hacía muecas con la cara por la electricidad que notaba en su vagina al notar como sus músculos se adaptaban al pene libre de látex a pesar de la humedad y fluido que llevaba generando desde aquellos calurosos besos. Empezó a un ritmo lento pero cada vez querían y pedían con gemidos, apretones de piel y miradas ir más rápido. Tras un tiempo algo corto, ambos gemidos eran más fuertes y seguidos. Ahora la palabra salía por naturaleza. Amanda dijo:
- ¡Oh, Dios mío! ¡Creo que voy a llegar!
- ¡Uff! ¡Aguanta, yo también!
  Continuó William.
  Lamentablemente Amanda no consiguió aguantar. Mientras la boca de su vagina se contraía y se dilataba dejó caer sus brazos de plomo en la cama. William notó aquello y fue el momento fulminante que necesitó para llegar al culmen de placer. Estaban empapados de sudor y sus caras reflejaban la expresión de cansancio y sueño. No usaron protección y en ningún momento dudaron de hacerlo. En conversaciones pasadas él sabía que ella tomaba la pastilla. Fue increíble que ambos llegasen al orgasmo casi a la vez y sin ninguna frontera. Fue increíble para ser la primera vez.

  Se ducharon de nuevo cada uno para quitarse todos los fluidos corporales. Se sentían destrozados pero volverían a repetirlo. Aquella noche durmieron juntos. Los días siguientes a la escena era una mina de momentos agradables, de sonrisa, de mimos y caricias, de cenas románticas, de conversaciones sobre aquel día y otros temas, etc. Realmente eran felices el uno con el otro y todo les parecía genial.

  A la semana justamente, recibió una llamada. La casa de su madre ardía en llamas. Él mismo salió corriendo al coche dejando atrás todo lo que fuese, lo arrancó y en aquel momento el código de circulación no existía para él. Salió a gran velocidad. A mitad del camino otra llamada sonó en su móvil. Era Michael Miller:
- William... no vayas. Vuelve a casa. Tu madre... está aquí.
- ¡Seguro! ¿Michael como está? ¿Está bien?
- Date prisa.
- De acuerdo, voy para allá.
  Las palabras de Miller le calmaron bastante. Se sentía tranquilo. Entró con el coche a la casa casi a la misma velocidad que salió. Lo dejó mal aparcado. Se bajó dejando la puerta abierta y entró en su casa corriendo. En el salón se encontraban Michael Miller quien llamaba desde el móvil a una ambulancia, Tony que abrazaba a Amanda Jones tratando de calmarla por el llanto tan desconsolado que lanzaba y su madre quien estaba tumbada el sofá con la ropa rasgada casi desnuda y con la cara amoratada llena de sangre. Su respiración sonaba liquida pues tenia los pulmones encharcados de sangre. William Blackwell comenzó a llorar. Se acercó a ella y abrazándola delicadamente le dijo:
- Madre, madre ya estoy aquí. Hábleme por dios. Mírame soy yo, tu hijo Will
  William siempre se dirigió a su madre con mucho respeto hablándole de usted. La quería muchísimo pues era quien lo había criado sola y con esfuerzo. Eso lo valoraba enormemente de su madre. La señora Blackwell deliraba, no sabía donde se encontraba realmente.
- William... ¿De donde vienes? Hoy tienes que hacerte tu la cena, estoy cansada ¿Vale?
- No se preocupe. Procure no hablar mucho y guarde fuerzas. La ambulancia viene de camino.
- Vale, vale. Dame un beso de buenas noches.
  William la besó tratando de no hacerle daño en la cara hinchada de la madre. Ella lanzó lo que parecía un beso al aire. Con los labios inflados y rotos no se distinguía bien. Entonces, la respiración débil y sonora de su madre se paró por completo y Will estalló a llorar aún más.

Capitulo 5: Presentación Y Sorpresa.

  Una sombra miraba hacia su ventana desde fuera de la verja de entrada a la casa. Will salió corriendo hacia la puerta pero antes de abrir la verja, ese hombre comenzó a andar aceleradamente calle abajo, dando pequeños saltos para ir algo más rápido. Llevaba un sombrero e iba dejando un rastro débil de algún líquido que caía por el pantalón y la mano. El muchacho corría detrás más fuerte que él para tratar de alcanzarlo aunque no se atrevía del todo a hacerlo. Se decidió y al ponerle la mano en el hombro éste se giró bruscamente. William cayó de espaldas atemorizado. Esa sombra no era nada más y nada menos que el señor McCoy. Se acercaba al chico con la mandíbula, el cuello, las manos y la barriga empapada de sangre mientras él se alejaba arrastrándose con codos y pies como podía. Aún tenía los lápices hincados pero parecía no importarle, hablaba con claridad:

- Mira lo que has hecho William. Eres un asesino William. Asesino. Asesino.
  Aquella palabra se repetía en un eco infinito. Entonces, William Blackwell abrió los ojos a la vez que daba una pequeña convulsión. Miró a su alrededor y se quedó tranquilo porque estaba en su casa a salvo y la luz entraba de lleno por su ventana. Era una maldita pesadilla que llevaba cinco noches repitiéndose.

  Estaba chorreando de sudor así que se levantó, se duchó con agua fría y bajó a desayunar gofres con chocolate, zumo de naranja y leche. Su desayuno favorito. Justo después y como todas las mañanas se encendía su cigarro y se salía fuera a tumbarse en una hamaca a leer el periódico de la mañana. Después subió a su cuarto y se puso un elegante traje color crema.

  Michael Miller lo esperaba abajo al pie de la escalera con su sombrero en una mano. Will lo cogió y de camino al coche le decía:
- Quiero que venga usted y que se siente a mi lado. Tony se quedará a dos metros de nosotros.
- Pero señor Blackwell, el resto murmurará, no es el protocolo a seguir.
- Señor Miller, espero que no se ofenda pero yo sigo mi propio protocolo.
- De acuerdo señor Blackwell.
  Dijo Miller cabizbajo sin querer replicarle una palabra más. Sabía que William era algo testarudo y que por mucho que pudiera aconsejarle, lo haría como quisiera.

  Se montaron en el coche y fueron hacia la nave de Andrew King quien era comúnmente conocido como “The King”. La nave era el sitio habitual de reuniones entre capos de los estados de Arizona, California, Nevada, y Oregon. Estaba situada a las afueras de la capital de Sacramento en el estado de California para mayor seguridad. Will prefería ir en su jet privado hasta allí antes que hacer tantos kilómetros en coche, así que se dirigieron al aeropuerto y así fue. Sabía que llegaba tarde pero no le importaba, esta vez no podía perder su trabajo y así sabía que se haría más impaciente y esperada su llegada. En el viaje aéreo Michael Miller advirtió a William del señor King. No era trigo limpio y siempre había tenido cierta tensión con J. J. Blackwell. Era obvio que trataría de tomarlo por débil solo porque era más joven y tenía más inexperiencia.

  Llegaron y el coche los dejó fuera. William Blackwell abrió el portón, entró y se detuvo a mirar el edificio por dentro. Era una nave bastante grande, luminosa y limpia. Cualquiera que entrase allí deducía que no era una nave de trabajo normal y corriente. Observó detenidamente también la mesa que había casi al fondo. A su derecha había varias cajas aparentemente robustas y justo detrás de la mesa con hombres del fondo había lo que resultaba ser un despacho con las persianas y la puerta cerrada a cal y canto. A la derecha del despacho se encontraba una puerta trasera. Anduvo hasta la mesa donde esperaban diez personas de pie.
Andy King presidía la mesa. William se sentó justo en la zona opuesta de Andy. Michael Miller se sentó en el ala derecha de la mesa y Tony se quedó de pie a unos dos metros de Will, tal y como éste había pedido a sus hombres. Ya eran doce en la reunión. Todos los presentes miraban a William serios y en silencio y éste miraba al resto con el mismo gesto. Incluso al señor Miller que también lo miraba. Entonces Andrew King comenzó a hablar:
- Ya estamos todos. Señores, sean bienvenidos. Como todos ya sabemos, la pérdida de John J. Blackwell es noticia entre todos los compañeros. Mi más sincero pésame muchacho. Pero también sabíamos que su linaje no acabaría. Es notable comentar que también sabemos quien es el nuevo y joven aquí presente pero aún así, haga los honores por favor.
  William se levanto, apoyó las yemas de los dedos sobre la mesa levantando la palma de las manos y dijo:
- Soy William J. Blackwell, hijo de Stephen J. Blackwell y nieto de John J. Blackwell. Supongo que todos ya sabréis quien soy pero yo también sé quienes son ustedes. Conozco hasta el último detalle. Creo que no tengo nada más que añadir excepto que si en mis manos hay algo que pueda hacer por ustedes solo tienen que pedirlo.

  Hablaron algo más de hora y media entre unos y otros y la reunión se dio por terminada. Cuando ya todos se habían marchado y los que quedaban, estaban apunto de hacerlo, Andrew King cogió del hombro a William que iba solo. Mientras, paseaban hasta la puerta de salida y Andy le decía:
- Gran discurso muchacho. Lento pero al grano.
- Podría empezar a llamarme por mi nombre señor King. Soy un muchacho pero no por eso soy cualquiera.
- Mira “muchacho” quizás sepas hasta el último detalle de mi pasado y presente pero yo sé aún más sobre ti y tu familia. Vigila tus pasos y hagamos como hasta ahora hemos hecho tu querido abuelo y yo. Tú en Las Vegas y yo en el resto de los Estados Unidos ¿De acuerdo?
  William Blackwell comenzó a reír tratándose de aguantar aunque no podía. Sacó su paquete de tabaco.
- ¿Quiere?
- Si, gracias.
  Le encendió el cigarro a aquel hombre y después encendió el suyo. Aspiró una fuerte calada y dijo:
- Verá señor King. He tratado de empezar con buen pie esta amistad pero… no veo que ponga de su parte.
  Mis dominios no tienen fronteras. Puedo hacer una llamada y que su mayor hombre de confianza se vuelva su enemigo. Puedo chasquear los dedos y que un cargamento de armas ilegales que transportes, sea mío.
- ¿Me estás amenazando?
- ¡Por supuesto que no! Sólo era una advertencia.
  William le sonrió y ofreciéndole un apretón de manos intentaba despedirse. Andy lo miró fijamente apretando los dientes y le estrechó la mano con fuerza. Se acercó a él y susurrándole al oído le dijo:
- Volverás a tener noticias de mí… “muchacho”
  Sabía que intentaba buscarle aún más las cosquillas diciéndole muchacho irónicamente. Andrew King se marchó deprisa al despacho que había en la nave.

  A William le preocupaba heredar también un enemigo. Intentó hacerlo bien pero su orgullo y testarudez le impidió comportarse correctamente ante el mayor capo de California. Ya nada se podía hacer.

  Fueron de nuevo al aeropuerto para volver a casa. William estaba deseando llegar, ponerse cómodo y ver una película a solas. Tras varias horas de viaje entre vuelo y coche llegaron a la mansión. Ya era de noche y había una gran tormenta de verano. Llovía bastante y el limpiaparabrisas no daba abastos. En la verja se encontraba una sombra y por un instante a Will se le puso el bello erizado. Reconoció que aquella figura no era de un hombre gordo como él temía sino de una mujer.
- ¡Amanda! ¿Qué haces aquí? Dios mío estás empapada.