Capitulo 6: Dos Mujeres En Mi Casa.

  Will se quitó la chaqueta y se la echó por encima.

- Pasa por favor, pasa.
  Amanda Jones no paraba de tiritar. No quedaba ni un milímetro seco de su ropa. Era una chica bastante alta, más o menos, de la misma altura que William. De pelo negro azabache largo hasta la altura de los hombros. Sus ojos eran de color verde primavera, verde lima, verde hoja. Sus labios carnosos y perfectos guardaban una sonrisa perenne incluso en el mayor de sus disgustos. Esa sonrisa podía cambiarle el humor al más triste del planeta. Tenía un cuerpo perfecto. Su piel era suave como la seda y no le sobraba ni le faltaba carne en ningún lado.
  Una vez ya dentro, Will le preparó un baño, toallas, ropa limpia y algo de comer.
  Amanda salió del baño en albornoz secándose el pelo mientras le sonreía a Will y le decía:
- No hay nada más cómodo que después de una buena ducha ¿Eh?
  Will se puso algo nervioso de verla así. Era algo normal pero no muy común para él.
- Si, estoy totalmente de acuerdo.
  Amanda cogió los boxer y la camisa del pijama que Will le preparó. Pensaba que solo con la camisa le bastaría pues era talla grande. Entró de nuevo al baño para cambiarse. Al salir se sentó en la cama junto a William y empezaron a comer la cena variada que había preparado Will para los dos. Después del atracón y tumbados en la cama mirando al techo el chico sacó un cigarro, lo encendió y le preguntó:
- ¿Qué ha pasado?
- Oh… pues… no tengo ganas de hablar de eso ahora la verdad. ¿¡Te apetece jugar a la consola!?
- Amanda… sabes de sobra que mi casa es tu casa y que puedes quedarte aquí siempre que quieras y el tiempo que quieras pero me gustaría saber por qué.
- Es ese cretino de Alex.
- ¿El nuevo novio de tu madre?
- Si. Desde que llegué no ha parado de joderme. Hasta que hoy me ha echado de mi propia casa. He intentado hablar con mi madre para que me apoyara y me defendiera, no tiene motivo ninguno para tratarme así. Está demasiado ciega con ese tipo. He decidido irme. Ya no lo soportaba más y lo mejor es que ella no ha hecho nada para detenerme. Mañana mismo pensaba ir a por mis cosas. No quiero ser un estorbo Willy. En cuanto encuentre un trabajo buscaré algo.
- ¿Qué dices? ¿Estás loca? Tu trabajo ahora es esa academia de artes. Casa ya tienes.
  Amanda lo miró y le acarició la cara diciéndole:
- Eres un encanto. No has cambiado mucho en este tiempo ¿Eh?
- Tu si has cambiado ¿Sabes?
- ¿Sí?
- Sí. Estás más bonita que cuando te fuiste.
  Amanda comenzó a reír pero al mismo tiempo se sentía ruborizada.
- ¡Tampoco has dejado de ser un cursi!
- Con que un cursi, ¿No? Ahora verás.
  Will se sintió bastante estúpido por lo que le había dicho y su posterior risa. Entonces como venganza empezó a hacerle cosquillas donde sabía que más le molestarían. Amanda no podía parar de reír a carcajada limpia. Ambos tenían la sensación de que no querían parar. Estaban a gusto así tonteando. Definitivamente William paró a pesar de que no quería.
  Allí estaba él, agarrándole con una mano las dos muñecas y con la otra aguantando su propio cuerpo casi encima de ella. Con la mano que sujetaba las delicadas y enrojecidas manos de Amanda comenzó a acariciarle las mejillas y el pelo. Los dos tortolitos se miraban con una sonrisa cogida con grapas hasta las orejas. En aquel momento Will no lo pensó, se dejó caer hasta sus labios lentamente a la vez que la miraba a los ojos. Una vez creado el contacto se hizo de noche en sus parpados para sentir más intensamente el carnoso, caliente y agradable tacto de su boca. Los besos no cesaban. Sus temperaturas subían después de un tiempo en el que sus lenguas resbalaban entre sí y entre los labios de cada uno de ellos.
  Ella lo apartó a un lado empujándolo levemente del pecho y aguantando un contacto ilimitado con la boca para ponerse encima. Entonces los besos bajaron desde la barbilla al cuello y desde el cuello al pecho a la vez que iba desabrochando los botones de su camisa uno a uno. Will la miraba. Agarraba las sábanas con una mano y con la otra le despejaba el pelo que caía por su ombligo. Desabrochó su correa y le quitó el pantalón suavemente. Él se incorporó quedando sentado en la cama y ella encima de él e hizo lo mismo con su camisa. Se detuvo en su pecho a besarla y pasear su lengua. Amanda le agarraba por la nuca a Will a la vez que su cabeza caía hacia atrás en un sollozo involuntario. Ambas pulsaciones superaban las noventa por minuto.
  Ella tumbó al chico de nuevo hacia atrás y entre manos, boca y pequeños mordiscos a los boxer intentaba quitárselos. Cuando lo consiguió no dudó un instante en masturbar a William con su mano hábil, boca, lengua e incluso algunas veces con el pecho. Al cabo de un rato, el muchacho cambió el papel y fue ella quien se quedó abajo. Se encontraba entre sus piernas convencido de que sus dedos y ahora la lengua de William le daban placer. Las sábanas en ese momento estaban deshechas gracias a las manos de Amanda. Necesitaba agarrarse a algo y apretarlo con fuerza para neutralizar aquella sensación que le corría desde la vagina hasta la barriga. Le encantaba. Disfrutaba como nunca pero quería tener a Will cara a cara, así que, lo agarró de las manos y tiró para ella. Will y Amanda no gesticulaban palabras hasta ahora. El muchacho buscaba el punto perfecto y el agujero correcto con su pene que agarraba con su mano derecha. Al encontrarlo, lo metió cuidadosa y lentamente para no hacerle daño.
  No necesitaban decirse si les apetecía o no. Sabían que se gustaban desde hace mucho tiempo y aquel momento querían que llegase. El se colaba poco a poco dentro y ella inhalaba fuertemente el aire. Aún así, hacía muecas con la cara por la electricidad que notaba en su vagina al notar como sus músculos se adaptaban al pene libre de látex a pesar de la humedad y fluido que llevaba generando desde aquellos calurosos besos. Empezó a un ritmo lento pero cada vez querían y pedían con gemidos, apretones de piel y miradas ir más rápido. Tras un tiempo algo corto, ambos gemidos eran más fuertes y seguidos. Ahora la palabra salía por naturaleza. Amanda dijo:
- ¡Oh, Dios mío! ¡Creo que voy a llegar!
- ¡Uff! ¡Aguanta, yo también!
  Continuó William.
  Lamentablemente Amanda no consiguió aguantar. Mientras la boca de su vagina se contraía y se dilataba dejó caer sus brazos de plomo en la cama. William notó aquello y fue el momento fulminante que necesitó para llegar al culmen de placer. Estaban empapados de sudor y sus caras reflejaban la expresión de cansancio y sueño. No usaron protección y en ningún momento dudaron de hacerlo. En conversaciones pasadas él sabía que ella tomaba la pastilla. Fue increíble que ambos llegasen al orgasmo casi a la vez y sin ninguna frontera. Fue increíble para ser la primera vez.

  Se ducharon de nuevo cada uno para quitarse todos los fluidos corporales. Se sentían destrozados pero volverían a repetirlo. Aquella noche durmieron juntos. Los días siguientes a la escena era una mina de momentos agradables, de sonrisa, de mimos y caricias, de cenas románticas, de conversaciones sobre aquel día y otros temas, etc. Realmente eran felices el uno con el otro y todo les parecía genial.

  A la semana justamente, recibió una llamada. La casa de su madre ardía en llamas. Él mismo salió corriendo al coche dejando atrás todo lo que fuese, lo arrancó y en aquel momento el código de circulación no existía para él. Salió a gran velocidad. A mitad del camino otra llamada sonó en su móvil. Era Michael Miller:
- William... no vayas. Vuelve a casa. Tu madre... está aquí.
- ¡Seguro! ¿Michael como está? ¿Está bien?
- Date prisa.
- De acuerdo, voy para allá.
  Las palabras de Miller le calmaron bastante. Se sentía tranquilo. Entró con el coche a la casa casi a la misma velocidad que salió. Lo dejó mal aparcado. Se bajó dejando la puerta abierta y entró en su casa corriendo. En el salón se encontraban Michael Miller quien llamaba desde el móvil a una ambulancia, Tony que abrazaba a Amanda Jones tratando de calmarla por el llanto tan desconsolado que lanzaba y su madre quien estaba tumbada el sofá con la ropa rasgada casi desnuda y con la cara amoratada llena de sangre. Su respiración sonaba liquida pues tenia los pulmones encharcados de sangre. William Blackwell comenzó a llorar. Se acercó a ella y abrazándola delicadamente le dijo:
- Madre, madre ya estoy aquí. Hábleme por dios. Mírame soy yo, tu hijo Will
  William siempre se dirigió a su madre con mucho respeto hablándole de usted. La quería muchísimo pues era quien lo había criado sola y con esfuerzo. Eso lo valoraba enormemente de su madre. La señora Blackwell deliraba, no sabía donde se encontraba realmente.
- William... ¿De donde vienes? Hoy tienes que hacerte tu la cena, estoy cansada ¿Vale?
- No se preocupe. Procure no hablar mucho y guarde fuerzas. La ambulancia viene de camino.
- Vale, vale. Dame un beso de buenas noches.
  William la besó tratando de no hacerle daño en la cara hinchada de la madre. Ella lanzó lo que parecía un beso al aire. Con los labios inflados y rotos no se distinguía bien. Entonces, la respiración débil y sonora de su madre se paró por completo y Will estalló a llorar aún más.

Capitulo 5: Presentación Y Sorpresa.

  Una sombra miraba hacia su ventana desde fuera de la verja de entrada a la casa. Will salió corriendo hacia la puerta pero antes de abrir la verja, ese hombre comenzó a andar aceleradamente calle abajo, dando pequeños saltos para ir algo más rápido. Llevaba un sombrero e iba dejando un rastro débil de algún líquido que caía por el pantalón y la mano. El muchacho corría detrás más fuerte que él para tratar de alcanzarlo aunque no se atrevía del todo a hacerlo. Se decidió y al ponerle la mano en el hombro éste se giró bruscamente. William cayó de espaldas atemorizado. Esa sombra no era nada más y nada menos que el señor McCoy. Se acercaba al chico con la mandíbula, el cuello, las manos y la barriga empapada de sangre mientras él se alejaba arrastrándose con codos y pies como podía. Aún tenía los lápices hincados pero parecía no importarle, hablaba con claridad:

- Mira lo que has hecho William. Eres un asesino William. Asesino. Asesino.
  Aquella palabra se repetía en un eco infinito. Entonces, William Blackwell abrió los ojos a la vez que daba una pequeña convulsión. Miró a su alrededor y se quedó tranquilo porque estaba en su casa a salvo y la luz entraba de lleno por su ventana. Era una maldita pesadilla que llevaba cinco noches repitiéndose.

  Estaba chorreando de sudor así que se levantó, se duchó con agua fría y bajó a desayunar gofres con chocolate, zumo de naranja y leche. Su desayuno favorito. Justo después y como todas las mañanas se encendía su cigarro y se salía fuera a tumbarse en una hamaca a leer el periódico de la mañana. Después subió a su cuarto y se puso un elegante traje color crema.

  Michael Miller lo esperaba abajo al pie de la escalera con su sombrero en una mano. Will lo cogió y de camino al coche le decía:
- Quiero que venga usted y que se siente a mi lado. Tony se quedará a dos metros de nosotros.
- Pero señor Blackwell, el resto murmurará, no es el protocolo a seguir.
- Señor Miller, espero que no se ofenda pero yo sigo mi propio protocolo.
- De acuerdo señor Blackwell.
  Dijo Miller cabizbajo sin querer replicarle una palabra más. Sabía que William era algo testarudo y que por mucho que pudiera aconsejarle, lo haría como quisiera.

  Se montaron en el coche y fueron hacia la nave de Andrew King quien era comúnmente conocido como “The King”. La nave era el sitio habitual de reuniones entre capos de los estados de Arizona, California, Nevada, y Oregon. Estaba situada a las afueras de la capital de Sacramento en el estado de California para mayor seguridad. Will prefería ir en su jet privado hasta allí antes que hacer tantos kilómetros en coche, así que se dirigieron al aeropuerto y así fue. Sabía que llegaba tarde pero no le importaba, esta vez no podía perder su trabajo y así sabía que se haría más impaciente y esperada su llegada. En el viaje aéreo Michael Miller advirtió a William del señor King. No era trigo limpio y siempre había tenido cierta tensión con J. J. Blackwell. Era obvio que trataría de tomarlo por débil solo porque era más joven y tenía más inexperiencia.

  Llegaron y el coche los dejó fuera. William Blackwell abrió el portón, entró y se detuvo a mirar el edificio por dentro. Era una nave bastante grande, luminosa y limpia. Cualquiera que entrase allí deducía que no era una nave de trabajo normal y corriente. Observó detenidamente también la mesa que había casi al fondo. A su derecha había varias cajas aparentemente robustas y justo detrás de la mesa con hombres del fondo había lo que resultaba ser un despacho con las persianas y la puerta cerrada a cal y canto. A la derecha del despacho se encontraba una puerta trasera. Anduvo hasta la mesa donde esperaban diez personas de pie.
Andy King presidía la mesa. William se sentó justo en la zona opuesta de Andy. Michael Miller se sentó en el ala derecha de la mesa y Tony se quedó de pie a unos dos metros de Will, tal y como éste había pedido a sus hombres. Ya eran doce en la reunión. Todos los presentes miraban a William serios y en silencio y éste miraba al resto con el mismo gesto. Incluso al señor Miller que también lo miraba. Entonces Andrew King comenzó a hablar:
- Ya estamos todos. Señores, sean bienvenidos. Como todos ya sabemos, la pérdida de John J. Blackwell es noticia entre todos los compañeros. Mi más sincero pésame muchacho. Pero también sabíamos que su linaje no acabaría. Es notable comentar que también sabemos quien es el nuevo y joven aquí presente pero aún así, haga los honores por favor.
  William se levanto, apoyó las yemas de los dedos sobre la mesa levantando la palma de las manos y dijo:
- Soy William J. Blackwell, hijo de Stephen J. Blackwell y nieto de John J. Blackwell. Supongo que todos ya sabréis quien soy pero yo también sé quienes son ustedes. Conozco hasta el último detalle. Creo que no tengo nada más que añadir excepto que si en mis manos hay algo que pueda hacer por ustedes solo tienen que pedirlo.

  Hablaron algo más de hora y media entre unos y otros y la reunión se dio por terminada. Cuando ya todos se habían marchado y los que quedaban, estaban apunto de hacerlo, Andrew King cogió del hombro a William que iba solo. Mientras, paseaban hasta la puerta de salida y Andy le decía:
- Gran discurso muchacho. Lento pero al grano.
- Podría empezar a llamarme por mi nombre señor King. Soy un muchacho pero no por eso soy cualquiera.
- Mira “muchacho” quizás sepas hasta el último detalle de mi pasado y presente pero yo sé aún más sobre ti y tu familia. Vigila tus pasos y hagamos como hasta ahora hemos hecho tu querido abuelo y yo. Tú en Las Vegas y yo en el resto de los Estados Unidos ¿De acuerdo?
  William Blackwell comenzó a reír tratándose de aguantar aunque no podía. Sacó su paquete de tabaco.
- ¿Quiere?
- Si, gracias.
  Le encendió el cigarro a aquel hombre y después encendió el suyo. Aspiró una fuerte calada y dijo:
- Verá señor King. He tratado de empezar con buen pie esta amistad pero… no veo que ponga de su parte.
  Mis dominios no tienen fronteras. Puedo hacer una llamada y que su mayor hombre de confianza se vuelva su enemigo. Puedo chasquear los dedos y que un cargamento de armas ilegales que transportes, sea mío.
- ¿Me estás amenazando?
- ¡Por supuesto que no! Sólo era una advertencia.
  William le sonrió y ofreciéndole un apretón de manos intentaba despedirse. Andy lo miró fijamente apretando los dientes y le estrechó la mano con fuerza. Se acercó a él y susurrándole al oído le dijo:
- Volverás a tener noticias de mí… “muchacho”
  Sabía que intentaba buscarle aún más las cosquillas diciéndole muchacho irónicamente. Andrew King se marchó deprisa al despacho que había en la nave.

  A William le preocupaba heredar también un enemigo. Intentó hacerlo bien pero su orgullo y testarudez le impidió comportarse correctamente ante el mayor capo de California. Ya nada se podía hacer.

  Fueron de nuevo al aeropuerto para volver a casa. William estaba deseando llegar, ponerse cómodo y ver una película a solas. Tras varias horas de viaje entre vuelo y coche llegaron a la mansión. Ya era de noche y había una gran tormenta de verano. Llovía bastante y el limpiaparabrisas no daba abastos. En la verja se encontraba una sombra y por un instante a Will se le puso el bello erizado. Reconoció que aquella figura no era de un hombre gordo como él temía sino de una mujer.
- ¡Amanda! ¿Qué haces aquí? Dios mío estás empapada.

Capitulo 4: Perder La Virginidad.

  Entraron directamente al despacho y lo sentaron en la silla para visitas de un empujón. Jimmy estaba en la puerta del despacho mirando hacia fuera por si veía algo fuera de lo común. Tony con su pistola dorada en la mano derecha y su mano izquierda sobre ésta, descansando los brazos hacia abajo, estaba al ladito del gordo, esperando el más mínimo movimiento brusco para arrearle con la culata de la pistola en la cabeza. William se colocaba el traje. Sacó un cigarro y lo encendió. Se sentó en su enorme sillón reclinable y lo miró fijamente a los ojos diciéndole:
- Te dije que volveríamos a vernos y míranos, aquí estamos tu y yo de nuevo. En el mismo despacho pero tu ahí, y yo aquí. Con traje de dependiente de comida rápida tal y como dijiste. Como han cambiado las tornas ¿eh?
- ¿Qué… qué quieres?
- ¿Qué quiero? No quiero nada. Ya lo tengo todo. ¿Qué quieres tú? ¿Dinero? No tienes otra manera más fácil de pillar dinero que acusando a tus sumisos trabajadores incapaces de levantarte la voz ¿No es así?
  McCoy abrió los ojos y la boca del mismo tamaño y a la misma vez dándose cuenta de qué se refería William.
- Me tomaré esa carita como que sabes de lo que hablo. Dime McCoy ¿Tienes hijos? ¿Mujer? Cuéntame un poco sobre tu vida.
  Dijo Will mientras se levantaba del sillón reclinable y se sentaba en el filo de la mesa justo en frente de él.
- Pu... Pues... estaba casado.
- ¿Ah si?
- Si.
- Me sorprendes.
- Llevo tres años separado esperando el divorcio. Tengo una hija de ocho años y un muchacho de seis. El chico es un encanto de niño, deberías conocerlo, es muy bueno bateando. Si, tiene futuro creo.
- ¿Y ella?
- ¿Ella quién?
- Tu hija.
- Ah, bueno, es... es muy guapa. No he pasado mucho tiempo con Julia.
- Me lo imaginaba. ¿Por qué estás esperando el divorcio entonces?
- Me pilló con otra en la mesa de la cocina.
- ¡Joder! ¿¡Y después comíais ahí!?
  El interrogado empezó a reír intentándose aguantar pero no podía.
- ¿Qué coño es lo que te hace tanta gracia? ¡Eso es asqueroso!
  Al ver la reacción de Will, el hombre se calló creyéndose que le golpearía en cualquier momento.
- Ellos no lo sé. Esa misma tarde me fui a una pensión. Esa furcia de mi mujer me echó de casa ¿sabes? Y esa casa es mía, la pago yo. Quien sabe si ella se ha tirado a alguien y después he dormido encima de su semen. ¡Joder tío, eso si es asqueroso!
  Entonces el momento llegó. William Blackwell estaba cansado de aquel machismo que sudaba el gran gordo. Con gran parte de su fuerza le dio tal patada en la cara, que aquel hombre se calló de espaldas echándose las manos a la nariz, que chorreaba sangre a borbotones
- ¡Dios! ¡Mi nariz! ¡Me has roto la jodida nariz pedazo de cabrón!
  Will se acercó a dos centímetros de él que aún estaba tumbado en el suelo y dijo:
- ¿Sabes lo que creo? Creo que eres un pobre desgraciado al que debería matar ahora mismo. Intentas robarle sin prueba alguna a mi mejor amigo porque estás muriéndote de hambre.
- ¡No sabía que era amigo tuyo! ¡Lo juro!
- ¡Cállate! Sin familia, sin casa y con un trabajo del que ni siquiera eres dueño. Y aún así no sabes valorar lo poco que tienes. Crees que puedes ir por la calle hablándole mal y con voces a niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Despreciándolos. ¿Pero sabes qué? Que todo eso se ha acabado McCoy. Has tenido tiempo de reflexionar y de hacer las cosas bien y mereces ser castigado. Di adiós a tus lápices.

  William mientras le decía las últimas palabras que escucharía aquel hombre se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa. Sacó un par de guantes de látex. Después, cogió los dos lápices que llevaba en el bolsillo. Tenía uno en cada mano. Metió la punta de cada uno de ellos en el sacapuntas eléctrico que había encima de la mesa del despacho y antes de que aquel asustado hombre se intentase levantar le hincó el lápiz de la mano izquierda a una velocidad vertiginosa en la boca del estómago.
McCoy abrió los ojos y la boca soltando unos gemidos ahogados. Estaba inmóvil. Will viendo que era poco y que no gritaba, pisó aquel lápiz que se sostenía solo en la barriga del hombre, pero al pisarlo el lápiz se partió aunque la patada se la dio de rebote. No contento con eso miró el lápiz de la mano derecha y después lo miró a él.
  El gordo seguía retorciéndose de dolor, aguantándose el partido lápiz sabiendo que si se lo intentaba quitar le dolería aún más. William Blackwell ya estaba fuera de si. Estaba frenético con las pulsaciones por las nubes. Al ver que el hombre del suelo seguía con la boca entre abierta le asestó una segunda puñalada con el lápiz que le quedaba en la papada atravesándole hasta la lengua. Por el gaznate de McCoy corría la sangre caudalosamente hasta el suelo. Aún se movía de las convulsiones. Will se incorporó, suspiró y se quitó los guantes echándolos encima del cuerpo. Se dirigió a la puerta a la vez que le decía a Tony que lo rematase y que incendiasen el despacho.

  Marchaban ya en el coche de camino a la casa y por el espejo retrovisor ya se veía una pequeña cortina de humo. Tony abrió la ventanilla de la mampara de seguridad diciéndole al nuevo capo:
- ¿Qué tal le ha parecido su primera vez jefe?
  Will miraba por la ventanilla sin mediar palabra. Solo pensaba en las voces, la sangre, los golpes y los disparos. No sabía si lo había hecho bien o si era correcto o no. Su cabeza ahora mismo era una mina de preguntas. Lo único que sabía es que nunca olvidaría aquello.

Capitulo 3: Un Reencuentro Bastante Agradable.


Habían pasado trece meses desde aquella despedida. William Blackwell había sido informado hasta el más mínimo detalle de todo lo que su abuelo controlaba y ahora estaba en manos de Will, que no era nada más y nada menos que un campo de golf, a decir verdad el campo de golf con más hoyos y kilómetros cuadrados de Las Vegas, cuatro hoteles de gran lujo, cuatro casinos y siete restaurantes. Dos de ellos estaban destinados para dar de comer a toda la población indigente de la ciudad, una manera de ganarse a ese colectivo y de limpiar su conciencia delante del público, aunque todo fuese teatro ante la prensa.

Su vida había cambiado muchísimo desde entonces. William Blackwell ya estaba formado e informado de todo lo que rodeaba a aquel clan que formó su bisabuelo, después lo continuó su abuelo y ahora quedaba en sus manos. Todo le iba bien, tenía lo que quería. Respeto, dinero, chicas, ocio, etc. Ya estaba instalado en su mansión de Canyon Green DR. Michael Miller, su ahora hombre de confianza, le preparó una fiesta sorpresa por su oficial instalación en la casa, para los desconocidos claro está, y herencia de todos los negocios mientras Will iba a recoger a su madre a su antigua casa para un simple almuerzo en familia. Al llegar todos estaban allí. Michael Miller y su esposa, algunos hombres al servicio de Willy de más confianza con sus esposas y novias y amigos íntimos de William.
Tony Campbell se acercó al muchacho y le dijo:
-         Señor Blackwell quiero presentarle a mi prometida Tina Palace. Cariño este es… mi jefe.
-         Encantada.
-         ¡Oh! Enhorabuena. Mucho gusto señorita Palace, un autentico placer. Disculpadme, tengo que saludar a un viejo amigo.

No faltaba su mejor amigo Jack Parker al que desde lejos le decía mientras se llevaba un cigarrillo a la boca:
-         ¡Eh, ven aquí cabrón, pensabas huir de mí! ¿¡no!?
-         ¿Crees que hay algún sitio lo bastante grande como el culo de madre donde pueda esconder mis noventa y siete kilos de peso?
“Gordo” como lo llama su mejor amigo en la confianza desde que tenían conciencia, abría los brazos esperando a que William llegase y lo abrazase como si nunca lo hubiera hecho. Un abrazo cargado de alegría, voces sonrisas, carcajadas y saltos.
-         ¡Joder, gordo estás enorme! ¿No has pensado en cuidarte un poco?
-         ¿Quieres saber que tengo gordo? Mañana me pongo.
-         No podrías encontrártela ni con unas pinzas y siempre dices lo mismo… ¡No me jodas!
Jack Parker entonces cambió la cara a un grado más serio y le dijo mirando hacia abajo:
-         Desde que ese cabrón de McCoy me ridiculizara en el trabajo, me acusara de robo y me llevara a juicio he cogido kilos tío.
-         ¿¡Qué!? No sabía nada de eso hermano. No te preocupes por nada. Ni por el dinero. Yo te ayudaré a solucionarlo ¿De acuerdo?
-         Gracias tío.
En ese momento mientras Jack le sonreía a su amigo notando un gran alivio, Miller le echó el brazo por encima de hombro a Will y dijo mirando a los dos:
-         Siento interrumpir este emotivo encuentro pero venga conmigo señor Blackwell. Quiero que sepa que también invité a una persona que quiero que vea.

Subieron los dos a la habitación del muchacho con la copa en la mano y a escasos metros de la entrada a la terraza Miller le dijo en voz baja:
-         Espero que no me lo tenga en cuenta Señor pero creí necesario que viniera. Tacto y suerte.
Michael le guiñó un ojo a la vez que sonreía. Will tembloroso por lo que le esperaba le afirmó con la cabeza. Se ajustó su traje. Se tocó la corbata. Se perfiló la perilla y se peinó con las manos suavemente la sien de la cabeza. Nada más dar el primer paso, sentía aquella sensación de nuevo, todo iba lento, muy lento. Ya veía el contorno de su figura y como su pelo bailaba al mismo compás que las cortinas blancas casi transparentes de su cuarto por el viento. Salió a la terraza y ella lo miró. Era Amanda Jones. La muchacha de la que siempre había estado enamorado desde que era un crio.
Allí estaban los dos. Inmóviles mirándose el uno al otro. Entonces él se acercó sacando un nuevo cigarrillo y llevándoselo a la boca para encenderlo. Al llegar a su lado se echó sobre la baranda de granito y mármol tal y como ella estaba, mirando hacia el frente, con la vista perdida en el infinito horizonte y casi con miedo de mirarse a los ojos por si se delataban mutuamente. Tras aguantar cinco segundos en silencio ella rompió el hielo:
-         Tu madre me habló de la fiesta y bueno, tenía ganas de veros a los dos.
-         Si. Ya. Menudo secretito ¿Eh?
De nuevo se hizo el silencio pero al menos esta vez, estaban más tranquilos. Will suspiró y añadió de nuevo:
-         Han sido dos largos años sabiendo poco de cada uno.
-         Yo diría dos interminables años. Pero ya estoy aquí de nuevo. En la ciudad de Las Vegas.
Entonces William Blackwell la miró con los ojos brillosos cargados de esperanzas. Ella le sonreía. Se acerco a su mejilla, le besó y después le susurró al oído:
-         Me alegro que ahora te vaya todo muy bien. Te veo abajo en la fiesta.
Él la agarró de la muñeca parándola y le dijo cara a cara:
-         Amanda, yo también me alegro mucho que estés de vuelta… por fin…
Sin más palabras le dio un beso en la comisura de los labios que para él, en su recuerdo, duraría una eternidad. Volvieron a sonreírse mutuamente y ella se fue al lugar de la fiesta sorpresa.

Eran las nueve de la noche y la fiesta hacía hora y media que se había acabado. Will llevaba un rato pensando en lo que esa mañana le había dicho su mejor amigo. Se retorcía por dentro de imaginar lo que le había hecho pasar aquel desgraciado de McCoy. Entonces subió a su cuarto y cogió aquellos lápices que guardó intactos para guardárselos en el bolsillo. Bajó las escaleras de dos en dos y les dijo a Jimmy y Tony que estaban sentados en el sofá del salón:
-         Jimmy. Tony. Tenemos algo que hacer. Vamos.

Ambos se incorporaron de un salto. Jimmy enseguida fue al coche para arrancarlo. Tony cogió su chaqueta y sus pistolas y fue también para el coche. Se dirigieron a los almacenes McCoy antes de que cerrasen.

Una vez allí, esperaron a que el señor McCoy apagase las luces y saliese para sorprenderle. Esa zona era poco transitada y algo oscura. La zona perfecta para dejarle las cosas claras a aquel odiado hombre. Coincidió que McCoy salía cuando ellos llegaron a la puerta y William Blackwell le dijo entre dientes a la vez que la pistola de Tony le apuntaba:
-         Entra, cierra y cállate la boca hasta que yo te diga que puedes hablar.
Aquel hombre comenzó a mearse en los pantalones. Temblaba de miedo y solo balbuceaba. Will le repitió resumiendo con voz aguardientosa casi susurrando:
-         ¡Que entres coño!

Capitulo 2: Un Negocio Familiar.

  Entró en el coche y tras de sí la puerta se cerró. Dentro resultaba muy espacioso, con tapicería de cuero blanco, una pequeña pantalla saliente del techo, teléfono y una mampara de seguridad blindada transparente que separaba la parte del piloto y copiloto de donde estaba sentado el muchacho. A su lado un hombre de unos cincuenta y ocho años de edad sin mirarlo le dijo:
- Usted debe de ser el Señor Blackwell. ¿No es así?
- Sí. ¿Y usted es?
- Michael Miller. Mano derecha, confidente y mayor persona de confianza del Señor John J. Blackwell.
  Entonces Michael Miller lo miró por primera vez esperando algún tipo de respuesta por parte de William mientras éste se tocaba la cara y buscaba un espejo por algún lado.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara, verdad? ¿Un moco? ¿Es un moco?
  Michael le negó con la cabeza a la vez que suspiraba y enseguida le dijo:
- En la calle y los que no tratáis con él, le conoceréis por “El Juez”.
  William no salía de su asombro. Estaba sentado en el coche del posiblemente mayor mafioso de la historia de Norteamérica junto a su ayudante personal. Entonces, empezó a relacionarlo todo, el coche, los hombres de chaqueta, aquella forma silenciosa, secreta y sin más dilaciones de actuar pero, ¿Qué relación tenía el muchacho con el capo sabiendo que comparten el mismo apellido? Tembloroso y con los ojos como platos comenzó a balbucear.
- Yo… yo no… no he hecho nada malo… no tengo nada contra “El Juez”…
- Verá señor Blackwell, no voy a matarlo ni a hacerle nada, ni yo, ni el clan pero si no se calla y me deja terminar tendré que hacerlo por primera vez.
  Dijo Michael Miller sonriendo tratando de que su broma fuese evidente para que no se asustase aún más. Y siguió explicándole:
- Ahora vamos a ir a tu casa para que recojas lo que necesites. Solo lo imprescindible. Lo imprescindiblemente necesario y te despedirás de tu madre. No te preocupes, seguirás manteniendo contacto con ella pero no vivirás con ella. Te contaré la historia de porque estás aquí. El señor J. J. Blackwell ha dejado el oficio para bastante tiempo por motivos que solo yo conozco pero está claro que el negocio familiar tiene que continuar. Como habrás podido relacionar tienes su apellido. Es tu abuelo. Tu padre murió en un accidente de trabajo pero no de su habitual trabajo, el cual dejó porque tuvo que desentenderse de su familia para poder centrarse de los asuntos que tu abuelo le enseñaba día a día, sino en un tiroteo entre policías y gangsters donde lo cosieron a balas. Tu abuelo siempre dijo que nunca estaba preparado del todo. Nunca…
- ¡Espere, espere, espere! ¡Se cree con derecho de darme una carta, hacerme subir al coche como si nada, contarme una historia que no sé si es cierta sólo porque tengo el mismo apellido que “El Juez”, sin saber a donde me lleváis en este puto coche, que me aísle de mi madre prácticamente, sangre de mi sangre, la única persona que me ha tratado desde hace dieciséis años, ni padre, ni abuelo, ni abuela, ni nadie y quedarse tan tranquilo! ¿verdad?
Ante las voces, Tony Campbell, el silencioso hombre que le entregó la carta a William abrió una ventanilla de la mampara de seguridad, lo apuntó con una Gold Desert Eagle cal.357 Magnum y le dijo seriamente:
- Si vuelves a darle una voz más alta que otra al señor Miller no dudaré ni un momento en volarte la puta tapa de los sesos ¿Me has oído?
- Calma Tony, vamos, vuelve a tu sitio. Terminaremos esta conversación en tu casa muchacho.
Dijo Miller cerrando la ventanilla lentamente.

Al llegar a casa de William Blackwell y entrar aquellos hombres tan arreglados y serios con el muchacho, la señora Blackwell, que en aquel momento doblaba la ropa seca y planchada buscó un asiento, dejándose caer como si el peso del mundo se le viniera encima, suspiró y rompió a llorar. Willy en aquel momento supo que todo lo que le dijo aquel anciano en el coche, era cierto. Aún así se lo corroboró y le contó la historia de su padre. Nunca perdió el contacto con ella y siempre le llegaron regalos a su hijo por su cumpleaños, solo era que no quería ponerlos en peligro a los dos. A un niño siempre se le escapa información cuando menos te lo esperas. Cuando acabó todo el discurso entre la mujer, el muchacho y el anciano, Will subió a su habitación para recoger sus recuerdos y demás cosas. Se despidió de la madre con una sonrisa sabiendo que no la perdería.

Capitulo 1: La Carta.

   Era un temprano y fresco día de Julio y aquel perezoso muchacho llegaba tarde por tercera vez en una semana. Trabaja de cajero desde hace mes y medio en un gran almacén de absolutamente todo tipo de cosas, desde alimentación hasta tecnologías pasando por material de jardín. Allí podía encontrar prácticamente de todo menos un buen sueldo pero era el único trabajo que había encontrado en 6 meses buscando intensamente y realmente lo necesitaba, pero su familia también. Entraba por la puerta cuando una voz dijo:
- ¡¡Will!! ¡A mi despacho ahora!
- S... Si, señor...
   No pensaba en ninguna excusa convincente para el señor McCoy, en la cabeza de William Blackwell de camino al despacho solo había espacio para decirse gilipollas una y otra vez por no haberse parado dos minutos a corregir la hora de aquel reloj que llevaba tres días con media hora de retraso. Toc, toc...
- ¿Quería verme?
- Pasa, cierra, siéntate y cállate la boca hasta que te diga que puedes hablar. ¿Qué ha sido esta vez chico?
- Verá, yo...
- Me da igual, ¿Sabes qué? Mañana no vuelvas por aquí, es la tercera vez que llegas tarde y ayer te avisé que a la tercera va la vencida. No estás capacitado para esta gran empresa. No eres más que un niñato sin futuro trabajando en una cocina de comida rápida, sudando como un cabrón y trabajando horas extras a destajo para alimentar a tu mujer que por cierto se trincará al primer tipo que vea con más polla que tú mientras tu hijo pequeño observa.
- Oiga no le consiento...
- ¡Y ahora lárgate de aquí! Vuelve dentro de quince días para recoger tu finiquito, no quiero tipos como tú en mi jodida empresa... y recuerda, si necesita algo hoy, venga a Almacenes McCoy.

   William, aguantándose la rabia que corría por sus arterias a poco más de noventa pulsaciones por minuto, apretaba los dientes y entrecerrando los ojos veía a aquel pequeño sudoroso y gordo riéndose como un cerdo, casi ahogándose con su propia lengua por el lema tan ingenioso y estúpido que tenia sus almacenes inventado por él. Enseguida se levantó de un salto y callándose de una vez aquel hombre, se levantó también, quedándose la habitación en silencio.

   Will cogió un lápiz que llevaba una pegatina muy pequeña cerca de la goma que ponía “A. McCoy” y apuntándolo, éste le dijo:
- ¿Me lo puedo quedar como recuerdo?
- Por favor... llévate dos...
   Dijo su aún jefe mientras sacaba otro del lapicero.
- Siempre tan generoso, hasta nunca... o mejor, hasta pronto, tengo la sensación de que volveremos a vernos.
- Espero que no, y ahora ¡lárgate!

   Ambos se miraban con sonrisa sarcástica mientras respiraban la tensión en el aire.

   William Blackwell de veintiún años de edad era un rubio de tupé hacia el lado chupado y brillante, con perilla poco espesa, muy apuesto, alto y algo delgado pero fibroso, de mirada azul, firme y precisa, de esas miradas que cuando las recuerdas solo eres capaz de ver los ojos sobre un fondo negro, era el centro de casi toda mirada femenina. Aunque ha conocido muchas vaginas a pesar de lo torpe que es con el sexo femenino, a la hora de pensar en una chica solo podía hacerlo con Amanda Jones. No era una chica cualquiera. Era su chica. Aunque lejos de él y de su corazón.

   Tras dejar su uniforme en taquilla y recoger sus cosas, Will salía por la puerta deteniéndose un momento mirando a un lado y otro de la calle, respirando profundamente el aire de aquella mañana que no olvidaría. Se llevó un cigarrillo a la boca. Lo encendió y aspiró el humo sintiéndose libre de alguna manera.

   Su trabajo estaba al oeste de Las Vegas en Rusell Rd. cerca del barrio de Spring Valley y su casita diminuta entre rascacielos, casinos, hoteles de lujo y demás edificios estaba en Stephanie St., Whitney. Tenía que atravesar gran parte de la ciudad y solo tenia treinta centavos en el bolsillo así que, una vez más le tocaba pasear.

   Llevaba cuarenta interminables minutos andando cuando un flamante y brillante Rolls Royce Phantom negro de cristales ahumados algo más largo que un coche de esta gama normal, se paró a su altura. El chico lo miró durante una décima de segundo resultándole típico que un coche tan lujoso existiese en su ciudad. Tras abrirse la puerta delantera del copiloto y mirar de nuevo, le parecía todo demasiado sosegado, los segundos se hacían minutos, todo ocurría a cámara lenta. William Blackwell en ese momento temió por su vida y comenzó a sudar como nunca lo hizo, no sabía que estaba ocurriendo. Un hombre de negro, camisa blanca, corbata fina negra y gafas de sol nunca traía nada bueno y mucho menos bajándose de un Rolls Royce. Will sentía que su vejiga se llenaba cada vez, no quería mearse encima, así que apretaba como si de un niño chico que acaba de dejar los pañales se tratase. El hombre de negro se acercó a Will y sin mediar palabra le entregó un sobre blanco completamente sin remitente ni ningún escrito en el exterior. La carta decía:

No tenga miedo Señor Blackwell. Suba al coche por favor.

   ¿Qué podía hacer? ¿Correr? Una bala llegaría a él antes de recorriese diez metros. No tenia más remedio y aún apreciaba su vida. Al acercarse al coche el silencioso hombre le abrió la puerta trasera.